Estos primeros dos posts sobre hidro-toponimia hispánica contienen fragmentos principalmente de Indoeuropeos, iberos, vascos y sus parientes, por Francisco Villar, Universidad de Salmanca (2014), pero también materiales de Lenguas, genes y culturas en la Prehistoria de Europa y Asia suroccidental, por Villar et al. Universidad de Salamanca (2007). Recomiendo su lectura a cualquier interesado en la historia de los pueblos prerromanos de Hispania y Europa Occidental.
NOTE. Ambos libros ofrecen información detallada sobre la hidrotoponimia de otras regiones, como el norte de Europa, el Egeo u Oriente Medio, con información sobre Asia, aparte de datos genéticos (obsoletos), pero su principal objetivo es evidentemente la Prehistoria de Hispania y regiones vecinas como Francia, Italia, o el norte de África.
Aquí dejo sólo unos fragmentos (énfasis mío), acompañados de imágenes de ambos libros.
Krahe y el europeo antiguo
La investigación del “europeo antiguo” o Alteuropäisch, popularizada por Krahe, comenzó precisamente con el estudio de algunos topónimos y nombres personales expandidos por toda Europa, previamente considerados “liguroes” (por H. d’Arbois de Jubainville y C. Jullian) o “ilirios” (por J. Pokorny), con lo que a esos grupos linüísticos – a su vez poco conocidos – se les dio una extensión excesiva, basada tan sólo en algunas coincidencias léxicas.
Éste es un comentario del autor sobre Krahe, cuyas opiniones desfasadas son frecuentemente usadas en contra de sus datos compilados, lo que encuentro paradójicamente aplicable a los datos recogidos por Villar y a su asignación tentativa de una cronología absoluta asociada a su cronología lingüística relativa – incluyendo la expansión de un indoeuropeo “Mesolítico” vs. un vasco-ibero “Neolítico” vs. celta de la Edad del Bronce – cuando está claro hoy que la secuencia de eventos fue mucho más tardía que eso:
Está muy extendida en la actualidad una postura despectiva y globalmente descalificadora a todo lo que suena a alteuropäisch y a Krahe, a veces sin la necesaria discriminación entre las diferentes hipótesis, o ni siquiera entre datos e hipótesis. No es justo que se descalifiquen en un solo juicio simplista la versión de H. Krahe y la de W. P. Schmid como si fueran una misma cosa. Pero es un dislate mayor minorar el valor de los datos hidro-toponímicos de Europa por el mero hecho de que Krahe les atribuyera una explicación histórica inverosímil. Los datos son reales y siguen necesitados de una adecuada explicación dentro de un marco histórico real, a pesar de la inviabilidad de la explicación de Krahe.
Con eso llegamos a un punto que me interesa destacar. Entre los alérgicos a todo lo que suponga desviarse un ápice del paradigma de la indoeuropeización a suceso único va ganando terreno una actitud que consiste en considerar que esa hidro-toponimia ha sido introducida en las diversas regiones de Europa y Asia Suroccidental por las propias lenguas indoeuropeas que aparecen históricamente ocupando su suelo. H. Krahe había argumentado sólidamente contra esa posibilidad, por lo que ahora me ahorraré una refutación de mayor calado y me limitaré a señalar algunas dificultades que esa postura se ve obligada a afrontar.
Los defensores de esa alternativa tienen que asumir que el proceso de dialectalización que, antes de las migraciones desde la Urheimat fue separando las distintas ramas indoeuropeas, afectó en el aspecto fonético al vocabulario apelativo general de cada una de ellas pero dejó inalterada en su estado fonético predialectal la hidro-toponimia, así como una buena parte del léxico apelativo relacionado con los conceptos de «río, agua» y las diferentes cualidades de las corrientes de agua. Por ejemplo, según los participantes de esa opinión el Palantia hispano de zona vaccea sería en realidad celta, pero en ese nombre no habría sido de aplicación la pérdida de la /p/ inicial que caracteriza al celta. De igual forma, la hidro-toponimia en Germania queda en buena medida exenta de la Lautverschiebung, en Grecia de la pérdida de /s/ inicial, etc. Esos nombres no sólo dejan de sufrir las innovaciones dialectales correspondientes a sus zonas, sino que a veces presentan innovaciones diferentes a la característica del dialecto involucrado. Por ejemplo la palabra *mori «mar, agua estancada» presenta a veces en la hidro-toponimia de la Galias la forma *mari en vez de *mori propia del celta (Marantium, Marisanga, Marsus), lo que en marco del paradigma ha de ser inevitablemente interpretado com una innovación no celta.
Quedan sin explicación los nombres de esta naturaleza que aparecen en zonas donde no existió nunca una lengua indoeuropea histórica prerromana, como ocurre en el Norte de África, Arabia Felix o el Cáucaso: el lago Pallantias en Libia; el río Salat en Mauritania Tingitana; Auso en Mauritania Caesariensis; el río Alonta en Georgia; el río Abas en la Albania caucásica; Salma y Salapeni en Arabia Felix; etc. Claro que para estos casos siempre cabe el recurso de negar cualquier relación de parentesco entre esas formas y sus cognatos europeos y atribuirlo todo al azar de las homofonías fortuitas. Así se sacrifican, una vez más, los datos comparativos molestos en el ara sagrada del paradigma, a pesar de que son tan numerosos y consistentes que si no mediara la fe ciega en el dogma vigente serían suficientes para articular sobre ellos un paradigma nuevo.
La opción de cada indoeuropeista entre el itinerario no-indoeuropeo y el indoeuropeo para explicar la toponimia prehistórica de Europa no está motivada por el hecho de que manejen conjuntos parciales de hidrónimos más propicios alternativamente para lo uno o para lo otro. Por el contrario, frecuentemente un mismo lote de materiales es revindicado por ambas tendencias como suyo propio. Un ejemplo extremo es el de Th. Vennemann que considera sin más como no indoeuropeo (concretamente paleo-euskera) exactamente el mismo material que usó H. Krahe para recorrer su itinerario indoeuropeo. De manera que la estructura y las características lingüísticas del material considerado tiene escaso papel en la elección de uno u otro camino, que resulta más bien condicionada por las convicciones y la adhesión en una variada gama de creencias personales, dogmas tradicionales y paradigmas científicos.
La columna lingüística
La secuencia de las lenguas que se han hablado sucesivamente en un territorio cualquiera constituye lo que por analogía [con la «columna geológica»] podríamos llamar su «columna etno-lingüística».
A continuación ofrezco el listado de las lenguas detectadas en los sintagmas toponímicos composicionales (y en menor medida derivacionales) en que intervienen los apelativos ub-, up-, ab-, ap-, ur-, il-, igi, tuk-, ip-, analizados en este trabajo.
A partir de la interactuación de los diferentes estratos en palabras y sintagmas híbridos podemos, pues, establecer la columna lingüística en la Península Ibérica y sus territorios vecinos (Europa Occidental y Norte de África) con la siguiente secuencia:
1. Un primer estrato de cronología muy antigua, que en una publicación anterior he propuesto llamar arqueo-indoeuropeo. Los elementos toponímicos pertenecientes a ese estrato manejados a lo largo de este trabajo son abundantes: kerso-, turso-, alawo-, lako-, mido-, silo-, tibo-, etc. Funcionan siempre como topónimos determinantes de un apelativo de cualquier otra lengua. Nunca pone el apelativo «ciudad» (ni «río») en sintagmas híbridos. Sus topónimos (determinantes) se combinan con apelativos de las siguientes lenguas:
a) Ibérico en Hispania o Sur de Francia: kiŕś-iltiŕ, tuŕś-iltiŕ, alaun-iltiŕte, lakunm∙ -iltiŕte.
b) La lengua de los igi en el Sur de Hispania y quizá el Norte de África: Cantigi, Saltigi, Sagigi, Sicingi.
c) La lengua meridional de los -il pospuestos: Mid-ili, Sil-ili, Tib-ili.
d) La lengua de los -ip pospuestos: Lac-ipo, Ost-ipo, Vent-ipo.
e) Celta en las Galias: kerso-ialos > Cersolius > Cerseuil; Ibili-duros > Ibliodurus.
Esta primera etapa arqueo-indoeuropea se corresponde por tanto también con:
Diversas variedades arqueo-indoeuropeas que tienen ab-, ap-, ub-, up- como apelativo para «río». A ellas pertenecen también numerosos topónimos (balsa-, siko-, wol‑, etc.) que actúan como primeros miembros compuestos tanto en sintagmas monoglóticos como híbridos.
Variedades arqueo-indoeuropeas en que ur- es el apelativo «río».
2. El segundo estrato en orden decreciente de antigüedad está constituido por la lengua del apelativo igi «ciudad», si bien su presencia constatada con seguridad se limita a Hispania (especialmente meridional) y Norte de África:
a) Pone el apeativo igi en compuestos con topónimos arqueo-indoeuropeos como en Salt-, Ast-, Olont-, Cant-, Aur- (Hispania) y Sagigi, Sicingi (Norte de África).
b) Funciona como topónimo primer miembro de compuesto cuando el segundo es il: Igilium, Igilgili, Singili.
3. El tercer estrato es la lengua del apelativo il «ciudad»:
a) Pone el apelativo il como determinado en sintagmas híbridos con determinantes arqueo-indoeuropeos: Mid-ili, Sil-ili, Tib-ili.
b) Pone el apelativo il como determinado en sintagmas híbridos con topónimos determinantes igi: Igilium, Igilgili, Singili.
c) Pone los topónimos (determinantes) frente al apelativo (determinado) de la lengua -ip (Il-ipa, Il-ipula e Il-ipla).
4. En cuarto lugar está la lengua del apelativo ip- «ciudad», que pone el apelativo (determinado) en sintagmas con:
a) Topónimo (determinante) arqueo-indoeuropeo: Lac-ipo, Ost-ipo, Vent-ipo.
b) Topónimo (determinante) il: Ilipa.
c) Topónimo de segunda generación híbrido de arqueo-indoeuropeo + il: Balsilippa.
d) En los conglomerados del tipo Balsilippa y Sicilippa aparecen en la secuencia esperada los tres estratos: arqueo-indoeuropeo + il + ip.
5. En el quinto lugar de la secuencia se encuentra la lengua de los tuk-:
a) Pone el apelativo tuk- en compuestos en que el topónimo es un elemento arqueo-indoeuropeo: Acatucci (cf. Aduatuci en Germania).
b) Pone el apelativo tuk- «altura, cabezo» en compuestos en que el topónimo es un ip- fosilizado como topónimos: Iptuci, etc.
c) Al menos en una ocasión un sintagma de ip- fosilizado actúa como topónimo frente a un apelativo celta: Itucodon (< Iptuco-dunum).
NOTA. Aunque Villar habla de los estratos -tuk también en Germania (Aduatukus) y las Islas Británicas (Itucodon), en ambos territorios sólo se describe un caso.
6. El último lugar lo ocupa el celta:
a) En Itucodon pone el apelativo (dunum) frente a un topónimo complejo de dos estratos anteriores, ip- + tuk-; y en Iliodurus pone el apelativo duro- frente al igualmente complejo Ibliodurus (
Cambio de paradigma
Mas trabajo me costó aceptar que ub- es una variante dialectal de una conocida palabra indoeuropea para «agua, río», de la que previamente se conocían otras tres: ap-, ab-, up-. La obviedad de la correlación fonética ap- / ab- // up- / ub- junto con la razón semántica de su vinculación con los ríos, constatable sobre todo fuera de Hispania pero presente también en nuestra Península, forzaron poco a poco mi resistencia26. Y con ello caía la primera trinchera del dogma, inconmovible hasta ese momento, de que todo lo meridional en la Península había de ser no-indoeuropeo.
Junto a ese componente serial, muchos otros topónimos aislados se fueron revelando como de etimología indoeuropea muy verosímil, tanto en el Este «ibérico» como en el Sur «tartesio». De manera que la ubicuidad de lo indoeuropeo en toda la superficie peninsular comenzó a imponérseme dolorosamente. Digo dolorosamente porque yo carecía de un paradigma en el que encajar la nueva persepectiva que se abría camino en mi mente, que por lo tanto me quedaba suspendida en la nada sin nigún sostén en la teoría, dejándome la sensación de que estaba perdiendo pie. Y durante algún tiempo me resistí a aceptar las profundas implicaciones que todo ello paracía comportar.
Todas las lenguas il, en cualquiera de sus emplazamientos, exhiben un comportamiento composicional en los sintagmas toponímicos híbridos que las sitúa en todos ellos en una posición intermedia entre los estratos claramente neolíticos, con apelativos para sus asentamientos humanos semánticamente derivados de realidades hídricas (ur), y los claramente atribuibles a la Edad del Bronce con apelativos derivados de asentamientos en alturas (briga, dunum). Pero en ese segmento intermedio de la columna se suceden tres estratos: 1) il, 2) ip-, 3) tuk-. En Andalucía hay uno adicional: el estrato igi, de semántica opaca, que precede inmediatamente al estrato il.
Para postular que alguno de los estratos toponímicos de nuestra columna implique efectivamente un estrato lingüístico nuevo serán necesarios ciertos requisitos adicionales. Uno de ellos es que, además del apelativo en cuestión, las lenguas involucradas compartan otros rasgos que no podría haberse prestado, como es por ejemplo el muy preciso del orden de elementos en los compuestos Topónimo + Nombre coexistiendo con Nombre + Adjetivo. O el compartir elementos léxicos adicionales que no suelen ser objeto de préstamos, como los adjetivos semánticamente básicos beri «nuevo» y bels «negro».
Desgraciadamente el método toponímico, al igual que el Método Comparativo mismo, no tiene capacidad para establecer cronologías absolutas precisas. (…)
Cronología lingüística
En Europa (Hispania, Sur de Francia, Germania, Islas Británicas, Báltico) el estrato más antiguo que podemos identificar lo constituyen un numero indeterminablede arqueo-variedades de la macro-familia indoeuropea, que no tienen una relación de filiación local directa con las lenguas indoeuropeas históricas, en la medida que podemos constatar. De hecho hemos visto que los indicios estratigráficos nos llevan a considerar la principal lengua indoeuropea prerromana de Hispania, el celta, como un estrato posterior al de la lengua il, que a su vez es posterior a las arqueo-variedades indoeuropeas peninsulares.
En África del Norte hay también presente un estrato arqueo-indoeuropeo. Pero allí existe además un estrato no-indoeuropeo muy antiguo cuya identidad no puedo definir a través del material utilizado. Tampoco me ha sido posible establecer antigüedad relativa de uno y otro en suelo africano.
Otra de las lenguas involucradas, la que tiene il- como apelativo para «ciudad» en el Suroeste de Hispania y el Norte de África, podría tener algún tipo de relación de parentesco con el euskera por una parte y el ibero por otra, pero de la misma forma indirecta que acabo de señalar para las arqueo-variedades indoeuropeas respecto a las lenguas indoeuropeas históricas. O dicho en otros términos: la(s) lengua(s) de los topónimos il- tratados en este trabajo serían arqueo-variedades de una familia lingüística a la que pudieran haber pertenecido dos lenguas históricas conocidas, el ibero y el euskera, sin que podamos establecer una relación de filiación directa ni entre esas dos lenguas históricas entre sí ni entre cualquiera de ellas y las arqueo-variedades il- de la toponimia prehistórica. Sobre este punto volveré en un próximo capítulo.
En líneas generales el celta no tiene en sus sedes históricas el comportamiento onomástico de una lengua ancestral sino el de una lengua intrusiva, cuya presencia allí no sólo es más reciente que otras variedades indoeuropeas, sino también posterior a la de diversos estratos no indoeuropeos que se ubican entre el más antiguo detectado (arqueo-indoeuropeo) y el último de los prerromanos, que es el propio celta. Si solo detectáramos dos estratos, el arqueo-indoeuropeo y el celta, cabría discutir si es posible que ambos sean uno y el mismo de manera que lo que definimos como celta no sea sino la evolución moderna in situ del arqueo-indoeuropeo. Pero ejemplos como los de kiŕśiltiŕ, kerso-ialos, Cirsa o Itucodon, entre muchos otros analizados a lo largo de este libro lo hacen poco verosímil. Y, por añadidura, la intermediación de varios estratos en la columna entre la lengua arqueo-indoeuropea de los Cirsa, así como la mayor antigüedad en territorio hispano, galo y británico de las lenguas de los ip- y de los tuk- sobre el celta, define a éste último como un estrato nuevo y más reciente que los antedichos, que irrumpió en sus emplazamientos históricos durante la Edad de los Metales.
Como la Arqueología sigue negando la existencia de movimientos poblacionales de una cuantía digna de consideración en la Edad de los Metales, es obligado confesar que el Problema Indoeuropeo sigue intacto. Es comprensible que ante esta aporía, muchas mentes a las que incomoda convivir con las dudas, prefieran adoptar un credo (el tradicional, el neolítico o el continuista) y exponerlo como una certeza a sus alumnos en las aulas o a sus colegas en conferencias y publicaciones. No es mi caso. Para mí, con Voltaire, «le doute est désagréable, mais la certitude est ridicule». O con Manzoni: «E men male l’agitarsi nel dubbio, che riposar nell’errore».
Este artículo se continúa en Hidrotoponimia europea (II): vascos, iberos y etruscos tras arqueo-indoeuropeos.
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